EL BUEN PROFESOR
Por Abelardo García Calderón
El Expreso de Guayaquil
No hace muchos días conversábamos con grupos de educadores y analizábamos el cómo poder medir al verdadero educador, a aquel que realmente logra sus objetivos enseñando a sus alumnos.
Veíamos el primer caso, el del hombre estudioso que dedicó buena parte de su vida a enriquecer sus conocimientos, a saber a más de las ciencias que tienen que ver con la didáctica y la pedagogía mucho de aquellos conocimientos propios de su asignatura y llegamos a la conclusión que este es el sabio, el gran conocedor, el consultor, pero que aun no daba el salto, que todo aquello no le servía todavía para ser buen educador.
El segundo caso era el del espléndido expositor, es decir de aquel que a más de conocer encantaba a su auditorio porque era capaz de sostener su atención y expresar con relativa facilidad, su versatilidad, su conocimiento, sus propias destrezas y características. Sus clases sin duda resultaban maravillosas pero aun todo aquello no le ratificaba como buen educador, demostraba tan solo tener conocimiento, dominarlo y saber expresarlo, pero le faltaba algo más, algo que sí podía aportar el tercero.
Este último, acaso menos sabio, dominando la explicación, llevando su lenguaje a los niveles del alumno no detenía ahí su atención sino buscaba la comprensión real en ellos de lo expresado; a este, al buen educador, le interesa cuánto su alumno aprendió, no cuán hermosa fue su clase o cuán amplio fue su conocimiento, sabe que su medida está dada por la respuesta de sus alumnos, sabe que su calificación no puede ser otra que aquella que obtengamos del conocimiento interiorizado en cada una de las mentes que constituyen su auditorio. Este sin duda es el que logra proyectar a su estudiantado hacia el dominio del conocimiento, el que puede hacer que ese grupo de niños y jóvenes trabajen con este, porque lo ha hecho suyo, porque lo manejan, porque saben de lo que están hablando.
Sin duda todos a lo largo de nuestras vidas hemos tenido de los tres tipos de educadores, el que mucho sabe, el de las clases lindas, y el que se entregó hasta hacernos comprender, hasta estar seguro de que dominábamos el tema, de que podía estar tranquilo porque el conocimiento había saltado desde su inteligencia o desde los textos adonde debía estar, a nuestras capacidades, a nuestra mente, para desde ahí poder ser la herramienta práctica y fructífera en nuestro crecimiento personal y en nuestro desarrollo.
La pregunta final sería: estamos formando este tipo de educadores?, nos estamos conformando con los sabios eruditos a los que en ocasiones llamamos maestros y autoridades por todo lo que saben?, nos estamos conformando con aquellos que hablan lindo, que expresan con grande erudición temas tras temas con los que pomposamente pavonean su saber frente a su estudiantado? o estamos en los normales, perdón, institutos pedagógicos, y en nuestras facultades de filosofía letras y ciencias de la educación, haciendo lo posible porque surjan estos artistas y artesanos del conocimiento.
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